Un Cuento De Ligia Patiño Escritora Destacada

Un Cuento De Ligia Patiño, Escritora Destacada de la primera edición Mundo Escritores

Nació en Bogotá DC Colombia el 9 de agosto de 1975, desde que aprendió a escribir y a leer hace más de 40 años, sintió fascinación por las letras y la lectura. Desde muy joven ha escrito algo de poesía y prosa, por hobby y últimamente para reflexionar sobre lo que sucede en su entorno y en su país. Tiene algunos cuentos guardados, Ha participado en algunos eventos como La Bogotá jamás contada del diario, El Tiempo, Bogotá en cien y Bogotá en cien palabras de la Alcaldía Mayor de Bogotá, le gusta escribir, adora la lectura, ama los gatos y la naturaleza.

Hoy me van a fusilar – cuento de Ligia Patiño Ronderos

Estoy atada a un árbol, esperando el momento decisivo que acabará con mi corta vida. La razón por la que ha llegado el fin de mis días es porque intenté escapar de este infierno al que entré desde los trece años, huyendo de otro infierno. En este país, ser niño y vivir en la pobreza es una desgracia. Presencio el consejo de guerra donde Marcos, el comandante del frente guerrillero, ha llamado a filas a todos los camaradas. Observo a todos de reojo, principalmente a Vanessa "La Pulga", Mercedes, Rambo y otros compañeros y compañeras con los que comparto tantos momentos en medio de esta guerra. Algunos de ellos los conozco desde niña, pues aquel grupo guerrillero, cuando pasaban por la vereda donde vivía, sacaba a los niños de las fincas y los llevaban al campamento.
 
Mientras el comandante explica en voz alta los motivos por los que voy a ser fusilada y da varias advertencias a la tropa por si intentan escaparse o entregarse al ejército, en ese instante se me pasa la vida por mi mente. Recuerdo la vereda donde vivía, mi mamá, mis hermanitos, los vecinos, la escuela. Era la tercera de siete hermanos. Mi madre era una campesina que trabajaba en otras fincas cocinando para los peones. Mi padrastro, también campesino y borracho, siempre le pegaba a mi mamá, le quitaba su dinero y abusaba de mí y mis dos hermanitas pequeñas. Vivíamos en un rancho de tabla cerca de un caserío a tres horas del pueblo, muchas veces no teníamos qué comer o simplemente agua de panela con arepa. Estudiaba con dos de mis hermanos menores en la escuela de la vereda, me gustaba mucho el estudio y soñaba con ser doctora veterinaria, pero todo eso se fue a la basura, vivía en un infierno, porque mi mamá me pegaba mucho por culpa de mi padrastro, mientras que este maldito me violó varias veces y no solo a mi sino también a Carol y a Sandra, mis hermanas menores. 

Cuando mamá no estaba en la finca, mis hermanos mayores se fueron a la capital, pues en esa región no encontraban trabajo. El día que decidí unirme a la guerrilla, salí del rancho en silencio, sin decirle nada a nadie. Solo llevaba lo puesto, ya que los guerrilleros me aseguraron que en el campamento me proporcionarían lo necesario. Cerca del caserío, unos guerrilleros me esperaban en un campero. Sin despedirme de nadie, a las dos horas de camino, llegamos al campamento y me entregaron un uniforme y unas botas.
 
Desde ahí comenzó otro infierno: hacer guardia en las madrugadas, cargar leña y agua, caminar días interminables y enfrentar combates contra el ejército. Además, sufría acoso y abuso por parte de los comandantes y compañeros. En fin, no era la vida que me habían pintado, y fue entonces cuando empecé a planear mi fuga.
 
Durante los dos últimos años, planeé lo que sería mi escape. Sería durante la guardia nocturna, y me escaparía con Víctor, mi novio. Nos entregaríamos al ejército y luego nos iríamos a la capital, pero nuevamente esos planes se frustraron. La noche en que nos escapamos, aprovechando nuestra guardia, nos alejamos del campamento llevando nuestras armas, municiones, una linterna y escasas provisiones. Avanzamos por la selva sin encontrar caminos, hasta que Víctor ya no pudo más, pues una serpiente venenosa lo había mordido y murió en medio de la selva. Yo seguí mi camino sin sospechar que ya estaban cerca de mí. A los tres días de mi fuga, una mañana, cuando iba a bañarme en un caño, un camarada me apuntó con su fusil, y otros dos me ataron y me subieron a una camioneta.
 
Luego llegamos al campamento, donde me encerraron en una cambucha sin agua ni comida, vigilada por dos camaradas, mientras Marcos decidía mi destino. Y aquí estoy, aspirando mis últimos sorbos de aire. Hace unos minutos me vendaron los ojos y el camarada que me va a matar se prepara para disparar. Escucho tres fuertes disparos, siento intensos ardores en la cabeza y en el pecho, y mi alma abandona mi cuerpo, ligera como si se hubiese liberado del peso de vivir.
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