Cuentos cortos para copiar: textos limpios y PDF imprimible (1–7 minutos, por edades y valores)

Soy Betyy. Aquí tienes un banco de textos listos para copiar y pegar en clase, cuaderno o presentación: ortografía revisada, tiempo real de lectura, edad sugerida y valor que trabaja cada relato. Combino originales con clásicos en dominio público (adaptados con lenguaje claro) y, cuando conviene, te dejo la opción en PDF.
Si prefieres imprimir todo en una sola pasada, usa el pack: Cuentos cortos para imprimir.
Y para cerrar cada lectura con intención, apóyate en mis preguntas de comprensión (50 ideas).
Descargar aquí el archivo PDF
Cómo usar este banco (en 60 segundos)
- Elige por minutos:
1–2 (microlecturas para iniciar) · 3–5 (trabajo estándar) · 6–7 (reflexión breve en secundaria). - Elige por edad y valor: verás etiquetas como 5–8 años · amistad o 12–15 · decisiones.
- Copia sin fricciones: texto plano, párrafos cortos, inicio–nudo–desenlace y moraleja/idea de cierre cuando aplica. Si necesitas ejemplos de estructura, pásate por: Historias cortas inicio nudo deselace…
- Cierre en 2 minutos: formula 1 pregunta de observación (¿qué decidió el personaje?) y 1 de transferencia (¿qué harías tú mañana?).
- Alternativas útiles: si la noche pide voz suave, mezcla este banco con audiocuentos.
Nota de autora
Yo leo, destilo y cuento: reduzco a lo esencial sin perder música ni sentido; marco minutos reales (cronometrados), propongo valores conversables (amistad, respeto, esfuerzo) y dejo correcciones visibles si las hago. Si algún relato puede tocar fibras (p. ej., burla o pérdida), aviso con una línea previa y ofrezco alternativa.
Muy cortos (30–100 palabras · ~1 minuto) – Textos listos para copiar
El paraguas rojo — 1 minuto · Edad: 5–8 · Valor: solidaridad
Llovía de costado y Tami llevaba un paraguas rojo que parecía semáforo. En la esquina, Nico se cubría con una carpeta. Tami dudó: si lo compartía, ella también se mojaría un poco. Dio un paso y puso el paraguas en el medio. Llegaron con hombros húmedos y sonrisas secas.
Idea de cierre: A veces compartir no evita la lluvia, pero sí el frío.
Semilla en el bolsillo — 1 minuto · Edad: 6–9 · Valor: paciencia
Rafa plantó una semilla en un vasito. Al tercer día no pasó nada; al cuarto, tampoco. Decidió hablarle bajito: “Te espero”. La tierra respondió con un puntito verde, como un saludo tímido. Rafa pegó un papel: “Crecen las cosas y también yo”.
El botón perdido — 1 minuto · Edad: 6–9 · Valor: responsabilidad
El saco del uniforme perdió un botón en la entrada. Tomás pudo decir que “ya venía así”, pero lo guardó en el bolsillo y lo cosió con su abuela. A la mañana siguiente mostró la puntada chueca, orgulloso: no era perfecta; era suya.
El banco de la plaza — 1 minuto · Edad: 7–10 · Valor: cuidado de lo común
En la plaza, un banco rayado decía “TEO estuvo aquí”. Teo volvió con un trapo y, con su nombre en la cara, limpió la madera. “Sigo estando —pensó—, pero de otra manera.”
La lámpara del pasillo — 1 minuto · Edad: 5–8 · Valor: seguridad
En casa, Alma tenía miedo del pasillo. Papá le dejó una lámpara bajita que parecía luna. Alma pasó caminando y la luna no se movió. “Te espero aquí”, decía el brillo. Alma volvió con su almohada.
El lápiz que se partió — 1 minuto · Edad: 6–9 · Valor: perseverancia
En examen, a Mara se le partió el lápiz. Pidió un sacapuntas, respiró, y siguió. No terminó todo, pero entregó lo mejor que pudo. La maestra escribió: “La punta se parte, el intento no.”
Carta en el buzón — 1 minuto · Edad: 7–10 · Valor: gratitud
El portero encontró un buzón vacío cada fin de mes. Un día halló un sobre: “Gracias por abrir temprano y por las plantas”. No tenía firma. Sonrió como quien recibe un sol.
El semáforo del aula — 1 minuto · Edad: 7–10 · Valor: autocontrol
La profe pegó un semáforo de papel: verde para hablar, amarillo para pensar, rojo para escuchar. Ese día, Bruno levantó la mano con el rojo. “Hoy necesito callar para no decir de más.” Fue su mejor participación.
Galletas compartidas — 1 minuto · Edad: 5–8 · Valor: generosidad
Lucía llevó galletas de luna. Quedaban cuatro y eran cinco amigos. Partieron cada una en dos, como si la luna supiera multiplicarse cuando hay hambre y cariño.
La piedra en la zapatilla — 1 minuto · Edad: 7–10 · Valor: resiliencia
A Iván le tocó correr con una piedra en la zapatilla. Paró, la sacó y volvió al último puesto. Llegó jadeando, feliz: “No gané, pero aprendí dónde suena el ‘basta’ y dónde el ‘sigue’.”
Cuentos para copiar (3–5 minutos · primaria)
La cuerda del recreo — 3–4 minutos · Edad: 7–10 · Valor: amistad y cooperación
En el patio había una cuerda larga que saltaba cualquiera que gritara “¡turno!”. A veces el turno era de los que más voz tenían. Esa mañana llegó Leo, nuevo en la escuela. Miraba la cuerda como si fuera río rápido. No sabía saltar “a la carrera”, y cada intento le duraba medio giro.
Sofi y Camilo estaban contando récords. “Voy por treinta”, dijo Sofi. Camilo iba por veintisiete. Leo se acercó y preguntó si podía probar. Camilo, sin mirarlo, dijo que sí “después del récord”. Sofi vio la cara de Leo y se le desarmó el entusiasmo del conteo.
—Probemos modo tortuga —propuso Sofi—. Dos giran lento, anuncian “entra”, y el que salta sale después de tres.
Camilo bufó: “Así no vamos a batir marca”. Sofi respondió: “Hoy no buscamos récord; buscamos ritmo”. Se pusieron en los extremos. “Uno, dos… entra”. Leo dudó, pero sus zapatillas encontraron el compás. “Uno… dos… tres”, y salió con una sonrisa que le ocupó la cara entera.
Otros chicos pidieron el modo tortuga. La cuerda, que a veces parecía una barrera, se volvió puente. Camilo probó girar lento y descubrió que dolía menos en los brazos y se reía más. Cuando quisieron volver al récord, la fila eligió dos cuerdas: una rápida, otra lenta. Leo fue quien sostuvo el extremo de la lenta, contando en voz clara para que nadie se perdiera.
Al final del recreo, la profe preguntó qué habían aprendido. Camilo dijo: “Que hay récords que se baten solo y juegos que se disfrutan juntos”. Leo levantó la mano, tímido: “Que entrar a una cuerda es más fácil cuando alguien te avisa el ritmo”.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué cambió cuando pusieron “modo tortuga”?
—¿Cómo se ve un “aviso de ritmo” en tu grupo (clase, familia, equipo)?
Zapatos prestados — 4–5 minutos · Edad: 8–11 · Valor: respeto y empatía
El viernes tocaba exposición de ciencias. Cada equipo debía presentar su experimento. Abril llevaba días practicando, pero esa mañana algo le apretaba más que los nervios: sus zapatillas estaban gastadas y desiguales. Había crecido de golpe y, entre cuentas de casa, la compra tendría que esperar. En clase, un comentario pequeño se hizo grande:
—¿Son de dos pares distintos? —bromeó alguien.
Risas breves. Abril bajó la mirada como si buscara una raya en el suelo por donde escapar.
La profe detuvo el murmullo con una palmada suave. No hizo discurso. Dijo:
—Hoy vamos a probar “zapatos prestados”. Cada equipo elige a alguien que cuente un día en el que no estuvo cómodo: por ropa, por idioma, por lo que sea. Se escucha en silencio y después se presenta el experimento.
Tomó la palabra Marcos, que siempre parecía seguro.
—El año pasado me cambié de barrio. No entendía los chistes del grupo y hablaba poco para no “meter la pata”. —Se rió—. La metía igual.
Sofía añadió que una vez se olvidó el delantal y pensó que eso la definía. Emil dijo que a veces no trae vianda y finge no tener hambre. Al tercer relato, el aire de la clase cambió de temperatura.
Abril respiró. Miró sus zapatillas. Miró el vaso con su planta de porotos. Cuando le tocó presentar, dijo:
—Mi experimento es sobre raíces. Crecen escondidas y sostienen lo que se ve. —Hizo una pausa—. Hoy mis zapatos no sostienen tan bien, pero mis raíces sí: estudié, practiqué y estoy lista.
Explicó con claridad cómo el poroto buscaba agua, cómo el tallo encontraba luz. Mostró su cuaderno con dibujos. Al terminar, hubo aplauso sin risa. Marcos levantó la mano:
—Yo a veces hablo fuerte por nervios. Hoy te escuché clarito.
En el recreo, Sofía se acercó con una pegatina de estrella.
—Para tu cuaderno —dijo—. Y para tus raíces.
Esa semana, el curso pegó un cartel nuevo: “Cosas que no se ven: esfuerzo, ganas, historias, zapatos que esperan”. No decía nombres. Decía nosotros.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué detalles “que no se ven” te gustaría que otros consideren antes de opinar?
—¿Qué gesto pequeño harías para que alguien se sienta incluido/a mañana?
Cuentos para copiar (3–5 minutos · primaria)
El puente de cartón — 3–4 minutos · Edad: 7–10 · Valor: cooperación
El profe de Ciencias propuso construir un puente de cartón que aguantara un kilo de peso. Cada equipo recibió las mismas tiras, cinta y dos vasos como orillas. “Sin pegamento extra”, aclaró. El grupo de Julia quería hacerlo alto y con arcos; el de Nico, ancho y con muchas capas. En el equipo de Amparo había dos ideas que chocaban: triángulos o cilindros.
—Los triángulos reparten bien el peso —dijo Diego, recordando un video.
—Los cilindros resisten desde abajo —insistió Amparo, apilando rollitos.
El reloj marcaba quince minutos. El equipo discutió tres más y el puente seguía siendo una montaña de cartón sin forma. Julia, desde la mesa de al lado, dijo sin levantar la voz:
—En la cuerda del recreo usamos modo tortuga para entrar de a poco. ¿Y si acá probamos modo prueba? Cinco minutos cada diseño con el mismo peso, y nos quedamos con el que funcione mejor.
Se miraron. Prueba 1: triángulos como dientes de sierra. Aguantó medio kilo y se venció por el centro. Prueba 2: cuatro cilindros y una tabla encima. Aguantó el kilo, pero se tambaleó. Prueba 3: triángulos arriba y dos cilindros sosteniendo por debajo. Quedó feo, pero firme.
—No gana “mi idea” ni “la tuya” —dijo Diego—. Gana lo que funciona.
Cuando llegó el profe con la pesa, el puente no brillaba: era una mezcla desprolija. Sin embargo, sostuvo el kilo, y después otro medio, y después una pila de cuadernos. No ganó el premio al más lindo, pero sí al más sólido. El profe anotó en el pizarrón: “Diseño: conversar + probar + decidir”. Al salir, alguien dijo: “Nuestro puente es como un acuerdo”. Nadie supo si era metáfora o plano, pero todos sonrieron.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué cambió cuando pasaron de discutir a probar?
—En tu grupo, ¿cómo definen que “gana” una idea?
La orquesta de los martes — 4–5 minutos · Edad: 8–11 · Valor: perseverancia
En la escuela, los martes había orquesta. No era de músicos profesionales: eran chicos con flautas, violines prestados y un cajón peruano que siempre llegaba tarde. El profe Lito decía que la música no se hace con talento solamente; se hace con martes.
Valentina soñaba con una melodía que había oído en internet. La practicaba y, en el compás tres, siempre se enredaba. “Tus dedos se apuran y tus ojos llegan tarde”, le dijo Lito una tarde. Propuso un plan: tres pasadas lentas por día, una regular y una “de concierto” al final de la semana. Valentina puso un calendario en su cuaderno y dibujó tres círculos por cada martes cumplido.
El primer ensayo con el grupo fue desastre: alguien entró dos compases antes, otro confundió la nota, el cajón golpeó fuerte cuando tocaba suave. Lito no se enojó; levantó las cejas como quien mira un rompecabezas. —Otra vez, pero más despacio. —Aplaudió dos tiempos y la orquesta se acomodó como una bandada.
La segunda semana, Valentina llegó con los círculos marcados y una idea: “pulso amigo”. Pegaron en cada atril una cinta verde que decía escucha antes de tocar. Parecía una tontería, pero funcionó: nadie fue más rápido que el grupo. En la tercera semana, Valentina logró pasar el compás tres sin tropezarse. No sonó perfecto; sonó parejo.
El día de la muestra, el director pidió una sola cosa: “Si se equivocan, no paren. Sigamos juntos.” Hubo errores pequeños como hormigas. Y, sin embargo, el final cayó suave y a la vez. Los aplausos fueron tibios y largos. Lito dijo: —Esto no lo hizo el martes de hoy; lo hizo cada martes.
En casa, Valentina pegó una etiqueta nueva en su estuche: “Las cosas difíciles se vuelven música cuando las hacemos muchas veces y con otros”.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué hábito tuyo necesita “martes” en lugar de “talento”?
—¿Cómo ayudas al grupo para que nadie vaya más rápido que los demás?
El club del recreo silencioso — 3–4 minutos · Edad: 7–10 · Valor: respeto e inclusión
A Daniela le gustaba el silencio a la hora del recreo. No es que no tuviera amigos; solo necesitaba diez minutos para que su cabeza bajara el volumen. En la biblioteca estaba prohibido entrar con comida y, en el patio, el ruido la dejaba sin aire. Probó quedarse en el aula, pero parecía castigo.
Un martes llevó una caja de cartón con marcadores y post-its. Pegó un cartel: “Recreo silencioso: dibujar, leer, armar rompecabezas. Se habla bajito”. Algunos se rieron: “¿Quién quiere un recreo sin ruido?”. Daniela se encogió de hombros. No era para todos; era para alguien.
El primero en entrar fue Mauro, que ese día tenía dolor de cabeza. Después vino Vero con un librito y Fede con un rompecabezas de cien piezas. Al cuarto día, ya eran siete. La preceptora pasó, miró y preguntó si necesitaban normas. Decidieron tres: comer afuera, voz baja y dejar todo ordenado. En la puerta pusieron un contador de tres piedritas: si estaba completo, significaba que el espacio estaba lleno. Nadie se ofendía: volvían mañana.
Hubo quienes siguieron prefiriendo correr y gritar goles, y estaba bien. El recreo ahora tenía dos lugares posibles para descansar: el ruido y la calma. La directora se acercó un viernes y dejó una caja con libros nuevos. Daniela no puso su nombre en el cartel. No hacía falta. Ese día, cuando sonó el timbre, alguien dijo: “Nos vemos en el ruido… o en el silencio”.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué norma simple harías para que tu escuela tenga un espacio de calma?
—¿Cómo respetas que otros descansen distinto a ti?
El mapa del tesoro reciclado — 3–4 minutos · Edad: 7–10 · Valor: cuidado del planeta / creatividad
El profe de Plástica anunció una misión: “Hacer un mapa del tesoro con basura limpia.” Traerían tapitas, revistas viejas, cartón, retazos. “El tesoro no es dulce —dijo—. El tesoro es una idea”.
El equipo de Sara encontró una caja con revistas de viajes, una bolsa de tapitas azules y un pedazo de tela dorada. Pegaron las tapitas como si fueran lagunas y cortaron revistas para armar montañas. El dorado quedó como sol, pero faltaba un camino.
—¿Y si el camino aparece solo cuando cuidamos? —propuso Sara. Escribieron pistas que solo se podían leer si uno giraba el mapa hacia la luz: “Apaga lo que no uses”, “Trae tu cantimplora”, “Separa papeles y plásticos”. Cada pista era una flecha casi invisible hecha con lápiz blando.
Cuando presentaron el mapa, otros grupos tenían calaveras, barcos y cofres. El suyo era raro: parecía un paisaje con pistas escondidas. El profe preguntó dónde estaba el tesoro.
—No se encuentra en un punto —dijo Sara—. Se hace. Si seguimos las flechas, la escuela gasta menos y el patio respira mejor.
La clase votó el mapa más creativo. No ganaron caramelos; ganaron un aviso en el pasillo con las tres flechas. Al mes, la factura de luz bajó un poco y la escuela cambió un tacho roto por uno para reciclar papel. Nadie gritó “¡Tesoro!”, pero algunos se acostumbraron a cuidar sin darse cuenta. A veces los tesoros suenan así: clic cuando apagas un interruptor.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué flecha pondrías en tu casa para que el “tesoro” aparezca todos los días?
—¿Qué basura limpia puedes transformar en algo útil esta semana?
Atajos por si buscas algo específico
- Muy cortos / 30–100 palabras.
- Antes de dormir (con audio y PDF).
- Lecturas en PDF (1–3 min) para proyector.
Cuentos para copiar (3–5 minutos · primaria)
El pase que no se ve — 3–4 minutos · Edad: 8–11 · Valor: cooperación en deporte
El sábado había torneo de fútbol en el club. El equipo de Luz y Tomás siempre buscaba que Luz definiera: era la más rápida y tenía buena pegada. En el primer partido, el DT propuso una regla: “pase extra”. Si había un compañer@ mejor ubicad@, la pelota debía salir de tu pie aunque tuvieras ganas de patear.
Primer tiempo: empate 0–0. Luz recibió un pase buenísimo y, como siempre, encaró. De reojo vio a Tomás sin marca. Dudó: si pasaba y él fallaba, la culpa no sería solo de él; sería de ambos. El arquero salió grande. Luz tocó corto. Tomás definió… al poste. Resoplidos. El DT no gritó; aplaudió la idea: “Así se construye el gol”.
En la segunda parte, el equipo contrario presionó alto. Julia, que casi no hablaba en cancha, gritó “solo, centro”. Luz levantó la cabeza y cruzó. Julia cabeceó mal, pero la pelota le cayó a Mica, que venía detrás: gol. Nadie supo si fue jugada ensayada o caos amable. Sí supieron que el gol tuvo dos pases invisibles: el de Luz al centro y el de Julia al fallar hacia la compañera mejor ubicada.
En el último minuto, aún quedaba una. Luz quedó de frente al arco; el arquero saltó; el banco pedía “¡patea!”. Luz volvió a mirar de reojo. Tomás estaba en diagonal. Pase rasante. Tomás no falló. 2–1. En la planilla, el gol figuró con el nombre de Tomás. En el corazón del equipo, el gol llevó una nota al pie: asistencia de Luz. Esa tarde, el DT escribió en la pizarra: “A veces el mejor tiro es el que no se hace”.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Cuándo conviene pasar en vez de patear?
—¿Cómo avisamos, en tu equipo, quién está “mejor ubicado”?
El monedero verde — 3–4 minutos · Edad: 7–10 · Valor: honestidad (objeto perdido)
Al salir al recreo, Maia encontró un monedero verde junto al bebedero. Pesaba bastante. Lo giró: sin nombre a la vista. Sus amigos se acercaron.
—Si tuviera identidad, lo devolvemos… —bromeó uno.
—La identidad la tiene alguien —dijo Maia—. Solo que todavía no sabemos quién.
Acercaron el monedero a la preceptora. Abrieron la mesa de partes y, delante de todos, lo revisaron sin revolver: un billete, algunas monedas, un ticket con hora y la letra “S” escrita a marcador. La preceptora explicó el procedimiento: registrar hallazgo (lugar y hora), no publicar fotos del dinero (para evitar lío), y avisar por altoparlante: “Se encontró un monedero verde. Quien lo haya perdido, pase por preceptoría y describa su contenido”.
A los cinco minutos apareció Sebas de 6.º. Dijo que era suyo. La preceptora pidió descripción: color, adorno de rayo, ticket de la panadería “San Martín” con hora 10:17. Coincidía todo. Sebas contó que era el dinero de las rifas para el viaje de estudios y que se le había caído al cargar cajas.
—¿Hay recompensa? —preguntó con torpeza el amigo que había bromeado. Sebas se puso rojo. Maia lo salvó:
—No necesitamos recompensa. Necesitábamos que vuelva a su dueño.
La preceptora sí les dio algo: un cartel para colgar en la clase con pasos simples: 1) No abrir sin adulto. 2) Registrar dónde/cuándo. 3) Aviso claro. 4) Entregar con testigo. Sebas trajo después una tarjeta hecha a mano: “Gracias por devolver nuestro viaje”. El monedero volvió a su bolsillo, y Maia al patio, un poco más liviana.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—Si encuentras algo sin nombre, ¿qué pasos sigues para devolverlo?
—¿Por qué conviene no publicar fotos de lo hallado?
La carpa número cuatro — 4–5 minutos · Edad: 8–11 · Valor: convivencia en excursión
La excursión de fin de año tenía carpas numeradas. A Maia, Emi, Zoe y Bruno les tocó la número cuatro. El profe ya había avisado: “Dormir juntos es fácil en las películas; en la vida real se organiza.” Pusieron reglas en una tarjeta: orden mínimo, turno de linterna, palabra “pausa” para frenar cualquier discusión y caja de quejas (un sobre de papel) para leer al otro día.
La primera noche, llovió. Una gotera probó la paciencia de todos. Bruno roncaba bajito; Zoe se reía cada vez que el viento decía “uuuu”. Emi quería charlar. Maia necesitaba silencio. Apareció la palabra “pausa”. Silencio de un minuto. Luego, voz baja:
—Propongo roles —dijo Maia—. Yo me ocupo de la gotera con la toalla. Bruno, tú vigilas el cierre. Zoe, linterna corta cuando cuente tres. Emi, mañana contamos hasta dónde va la charla.
Durmieron intermitente, pero durmieron. A la mañana, abrieron la caja de quejas. Había dos papeles: “La linterna me molestó” y “No sabía qué hacer con la gotera”. Sumaron al cartel: “linterna: 10 segundos” y “kit gotera” (toalla + bolsa). Ese día, la caminata fue larga. Volvieron cansados y con risas quietas.
La segunda noche, todo fue mejor: cada quien sabía qué hacer. El profe pasó y se sorprendió al ver el cartel con reglas propias.
—La carpa cuatro se gobierna sola —dijo.
—No sola —corrigió Emi—. Juntos, pero con reglas claras.
El último día, cada grupo compartió un “secreto de carpa”. La del cuatro mostró su sobre. No había quejas nuevas. Había un papel grande que decía: “Dormir con otros es un deporte de equipo.” Nadie ganó medallas, pero todos aprendieron a descansar acompañados.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué regla simple pondrías en una habitación compartida?
—¿Cómo se piden silencios sin pelear?
Festival de palabras — 3–4 minutos · Edad: 7–11 · Valor: respeto a la diversidad lingüística
La escuela organizó un festival de idiomas. La profe pidió traer una palabra de casa: de abuelos, de barrio, de otro país o de la lengua de señas. “Con significado y, si pueden, con sonido”, dijo.
Amira llevó “salaam” (paz) y enseñó a decirlo con la mano en el pecho. Thiago trajo “aguará” (zorro, en guaraní) y mostró cómo su abuelo contaba historias de monte. Sofi hizo el gesto de “gracias” en lengua de señas argentina. Al principio hubo risitas nerviosas cuando alguien pronunciaba distinto. La profe pegó en el pizarrón una tarjeta: “Nos reímos con, no de.”
Hicieron un juego: palabras puente. Cada quien escribía su palabra y un uso en una frase. Se cambiaban tarjetas y la otra persona debía devolver la palabra con respeto: repitiéndola, pidiendo guía para pronunciar, no corrigiendo con burla. Si algo salía raro, se marcaba con una estrellita que decía “en proceso”.
Luis, que suele hablar fuerte, se atascó con salaam. Amira no se ofendió: le regaló una esponjita dibujada en la tarjeta: “Para que la pronuncies suave”. Luis probó lento. Sonó mejor. Aplaudieron en silencio, agitando las manos, como les enseñó Sofi.
Al final, pegaron un póster con las palabras del día y un código sencillo: azul para palabras de familia, verde para palabras del barrio, amarillo para idiomas de otros lugares, blanco para señas. No era examen; era mapa. El director pasó y dijo que le gustaba el ruido raro que hacía la escuela cuando se entendían mundos diferentes.
—¿Cuál fue tu palabra favorita? —preguntó la profe.
—La que no sabía y ahora sé —respondió alguien desde el fondo.
Preguntas de cierre (opcional, 2’):
—¿Qué palabra de tu casa te gustaría enseñar sin vergüenza?
—¿Cómo ayudamos a que nadie se ría “de” cuando aprendemos sonidos nuevos?
Textos para adolescentes (3–7 minutos)
Modo borrador (24 horas) — 3–5 min · Edad: 12–15 · Valor: autocontrol y cuidado digital
A Inés le ardían las manos. Tenía el texto escrito: una historia que exponía a Mateo por un comentario cruel en el grupo. Solo faltaba publicar. El cosquilleo era mezcla de rabia y alivio anticipado. “Que sepa lo que duele”, pensó.
Antes de tocar “enviar”, se acordó de una regla que habían hablado en ciudadanía: Modo borrador (24 h). Guardar, cerrar, volver mañana. No era prohibición; era tiempo. Inés lo aplicó como quien se pone una venda para no rascar. Cerró la app.
A la tarde, caminó con Luna. Contó lo que había pasado: el chiste de Mateo, su texto afilado, la regla del borrador. —Si querés, lo leo yo mañana —ofreció Luna—. Te lo devuelvo con tres marcas: dato, opinión, daño.
Al día siguiente, el texto estaba menos rojo. Inés vio que tenía datos (lo que pasó), opiniones (lo que pensó) y una parte que buscaba dañar de más. Quitó nombres, convirtió acusaciones en hechos y cambió el final por un pedido claro: “Si vuelve a pasar, lo hablamos con mediación”. En vez de publicar la historia, escribió a Mateo en privado.
Mateo respondió torpe, como quien no tiene manual: “Fue broma mala. No me di cuenta.” Acordaron una reparación: mensaje en el grupo aclarando y regla nueva (“sin chistes sobre cuerpo”). Inés guardó su primer texto en una carpeta llamada “borradores que me salvaron”. Ese día entendió que no todo lo que se puede decir conviene decir ya.
Para conversar: ¿Qué gana y qué pierde la verdad cuando esperamos 24 h? ¿Qué marcarías en un texto: dato, opinión y daño?
Tres decisiones — 3–4 min · Edad: 12–16 · Valor: identidad y autoeficacia
Cada domingo, Juli hacía una lista de tareas larguísima que la dejaba igual: abrumada. Probó algo distinto: una lista de tres decisiones para la semana. No “ser perfecta”, no “hacer todo”, sino elegir tres cosas que sí podía sostener.
Lunes: “Dormir con el celu en otra habitación.” Martes: “Pedir ayuda en mates antes de frustrarme.” Jueves: “Respetar mi ‘no puedo ahora’”. Las pegó en el espejo.
El primer día fue fácil por novedad. El segundo, se olvidó y durmió con el celu en la almohada. No se castigó: movió la decisión un día más y escribió “reintento” al lado. El tercer día llamó a su prima para mates antes del enojo. Descubrió que pedir ayuda antes ahorra vergüenza después.
A fin de semana, no era otra persona. Era ella, con tres decisiones cumplidas a medias… que igual cambiaron la temperatura de sus días. Aprendió que identidad no es “lo que digo que soy”, sino “lo que repito cuando nadie mira”.
Para conversar: ¿Cuáles serían tus tres decisiones realistas para esta semana? ¿Qué señal te recuerda volver cuando te salís del plan?
El túnel de presión — 6–7 min · Edad: 13–16 · Valor: límites y presión de grupo
El sábado, el grupo fue a una fiesta. Había un pasillo angosto que llamaron “el túnel”: quien pasaba por ahí recibía bromas empujones “de cariño” y presión para hacer cosas “de valientes”. A Tomi le tocó el pasillo con cámaras. “Solo subimos si vos aceptás”, dijo uno, pero a la vez acercó el celular.
Tomi sintió el latido en la garganta. Quiso gustar, encajar, sumar puntos. Entonces se acordó de otra cosa: el plan de salida que habían practicado en tutoría. Tres pasos: 1) decir “no, gracias” una vez; 2) repetir la frase igual (sin explicación extra); 3) moverse con alguien hacia un lugar seguro.
—No, gracias.
—Dale, es un juego.
—No, gracias. —Repitió igual, como disco.
Se giró hacia Santi, que ya estaba atento porque era su “compa de salida”. Cruzaron el túnel. En la cocina, respiraron. Alguien gritó desde el pasillo: “¡Se cortó la onda!” Otro contestó: “La onda era finita.”
Más tarde, uno de los chicos del túnel los buscó. Dijo que lo de “valientes” era para llenar un video. Que quería seguidores. No pidió perdón, pero bajó la vista. Tomi entendió que valiente no es quien se queda en el túnel; es quien aprende por dónde se sale.
Para conversar: ¿Qué frases cortas te sirven como “no, gracias” sin explicaciones? ¿Quién sería tu compa de salida?
Mesa redonda — 5–6 min · Edad: 12–16 · Valor: convivencia y desacuerdo respetuoso
El consejo escolar organizó una mesa redonda para decidir si cambiaban el uso de celulares en recreo. Había posturas fuertes: total libertad vs. prohibición. La moderadora propuso tres reglas: hablar en turnos, parafrasear antes de responder y proponer algo concreto.
—Libertad total porque es mi teléfono —dijo uno.
La siguiente voz no discutió de golpe: —Si te entiendo, querés decidir sobre tu tiempo. ¿Aceptarías una zona sin celulares para quienes necesitan ruido cero?
El debate cambió de forma: menos combate, más ajuste. Surgió una idea mixta: 1) zona de calma sin pantallas; 2) zona libre con volumen bajo; 3) guardar el teléfono los últimos cinco minutos del recreo para que la vuelta a clase no sea un choque. Nadie salió “ganador”, pero sí con un acuerdo que se podía probar.
Semanas después, la escuela parecía distinta: en la zona calma se armaban rompecabezas; en la libre, la música bajaba sola cuando alguien levantaba dos dedos. Aprendieron que discutir bien no es gritar mejor, sino escuchar suficiente como para que el otro entregue su 10% y vos el tuyo.
Para conversar: ¿Qué regla mejora cualquier discusión? ¿Cómo suena, en tu voz, un buen paráfrasis?
La mochila invisible — 5–6 min · Edad: 12–16 · Valor: autocuidado y pedir ayuda
Nadia llegaba tarde desde hacía una semana. Parecía desorden, pero era peso. Su papá trabajaba de noche, su hermano estaba enfermo y ella hacía turnos de casa sin contarlo. En la escuela, algunos chistes la rozaban como piedritas. En ciudadanía hablaron de la mochila invisible: las cosas que cada cual carga sin mostrarlas.
La profe propuso un semáforo personal: rojo (necesito parar), amarillo (pido apoyo) y verde (puedo seguir). Cada quien pegó un punto de color en la agenda ese día. Nadia eligió amarillo y pidió hablar con orientación. No se abrió del todo; bastó con una frase: “Estoy cargando mucho y llego tarde no por ganas.”
Armaron un plan mini: dos tareas menos esa semana, permiso para entrar cinco minutos tarde sin parte, y un compañero “recordatorio” para enviarle la foto del pizarrón. No era varita mágica; era aire.
A los diez días, Nadia no llegó perfecta. Llegó mejor. Aprendió que pedir ayuda no te quita mérito; te permite seguir. El cartel del curso cambió una línea: “Antes de juzgar, preguntar: ¿cómo va tu mochila hoy?”
Para conversar: ¿Qué señales te dicen “estoy en amarillo”? ¿A quién le dirías una frase corta para pedir apoyo?
Suma de valientes — 6–7 min · Edad: 13–16 · Valor: ética y cuidado colectivo
En 3.º C, alguien abrió una cuenta anónima que publicaba memes agresivos sobre compañeros y profes. Al principio “hacía gracia”; después, lastimaba. Cande, Bruno y Lara hablaron en la salida. Podían ignorar, reír o organizarse. Eligieron lo tercero.
Hicieron una lista de acciones:
- Documentar sin difundir (captura con fecha y hora solo para adulto referente).
- Escribir a convivencia escolar con hechos, no suposiciones.
- No alimentar la cuenta: no seguir, no comentar, no dar like.
- Ofrecer apoyo directo a quien apareciera en el meme.
- Proponer al curso un acuerdo de no replicar en estados.
Presentaron el plan. Hubo resistencia (“es humor”, “no es para tanto”). Cande dijo: —El humor que precisa herir no es buen humor. Y si te pasó a vos, ¿qué querrías que haga el grupo?
La cuenta perdió fuerza en tres días. No porque se descubriera al autor de golpe, sino porque nadie la alimentó. Convivencia trabajó el tema con familias. Al mes, colocaron un cartel que decía: “Suma de valientes: 1) cortar cadena 2) cuidar a quien aparece 3) hablar con adulto 4) no mirar para otro lado.”
Cande no se sintió heroína. Se sintió parte de una suma. Entendió que el coraje, cuando es de muchos, pesa menos por cabeza.
Para conversar: ¿Qué pasos concretos harías si aparece una cuenta que hiere? ¿Qué frase usarías para no alimentar algo así sin pelear?
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