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Cuentos cortos para adolescentes (3–7 minutos): identidad, amistad y decisiones

Cuentos-cortos-para-adolescentes-3–7-minutos-identidad-amistad-y-decisiones Cuentos cortos para adolescentes (3–7 minutos): identidad, amistad y decisiones

Esta selección reúne historias breves para 12–16 años, con tiempos reales de 3, 5 o 7 minutos. Trabajan identidad, amistad, presión de grupo, redes y familia con un tono cercano, sin moralina y con cierres que invitan a pensar.
Soy Betyy. Leo, destilo y cuento con lenguaje claro; marco edad sugerida y tiempo real, y cuando aporta incluyo PDF o texto para copiar. Si actualizo un relato, lo verás indicado.

Apoyos rápidos: si necesitas ideas de preguntas para cerrar en 2 minutos, te sirven estas 50 propuestas.
Y para aperturas muy breves (1–3 min), puedes preparar un warm-up con PDF.

Puedes descargar ahora el PDF



Cómo usar esta colección (3, 5 o 7 minutos)

Como-usar-esta-coleccion-3-5-o-7-minutos-683x1024 Cuentos cortos para adolescentes (3–7 minutos): identidad, amistad y decisiones
  • Elige la duración: 3–4 min para iniciar, 5–7 min para profundizar.
  • Haz visible el tiempo: díselo al grupo antes de empezar (baja ansiedad y mejora foco).
  • Cierre en 2 minutos: una pregunta de decisión (¿qué habrías hecho tú?) y otra de transferencia (¿para qué te sirve esto mañana?).
  • Evidencia exprés: una frase subrayada o un mini post-it con “idea-decisión-consecuencia”.
  • Material listo: si quieres entregar hoja, usa PDF imprimible:
  • o texto editable para adaptar consignas:
  • Ver aquí

Avisos y temas sensibles (12–16)

Reviso lenguaje, contexto y complejidad por edad. Señalo cuando aparece presión de grupo, conflicto familiar o uso de redes para que puedas preparar el encuadre. Si un tema no encaja con tu grupo, salta al siguiente; cada cuento funciona de forma independiente.


Identidad y autoestima (12–15)

Espejos y máscaras — 3–5 min

Edad sugerida: 12–15
Por qué leerlo: Autoimagen, autenticidad y redes; perfecto para abrir conversación sin sermonear.

Lectura
Elisa aprendió a posar antes que a presentarse. Sabía dónde poner la barbilla, cuánto girar el hombro, qué filtros la volvían “ella, pero un poco mejor”. En su galería había una Elisa que dormía tarde, comía limpio y sonreía recto. En su cuarto, sobre el escritorio, había otra: una libreta con garabatos, listas torcidas, letras que se salían del renglón.

La invitación al cumpleaños de Lara decía “ven como eres”. Elisa lo leyó como quien mira un cartel en otro idioma. ¿Cuál de todas era “como eres”? Probó frente al espejo la sonrisa número tres (natural-cuidadita), la coleta alta (para que se noten los aros) y la chaqueta grande (para que no se note el temblor en los codos). Subió una historia de los preparativos: música de fondo, sticker de confeti, “nos vemos”. Los corazones llegaron rápido, como lluvia tibia. Se sintió acompañada por un minuto y medio.

En la casa de Lara había luces cálidas y una mesa con fotos impresas. No eran perfectas. En una, alguien salía con los ojos cerrados; en otra, el flash había rebotado en una frente brillante; en otra, un perro se metía en el medio y cortaba piernas. “Las revelamos tal cual”, dijo Lara, como si fuera una regla del juego. “Es un álbum de lo que sí pasó.”

Elisa se rió, bajito. Notó que hablaba más con las manos que con la voz. Notó que, cuando no buscaba un ángulo, su cuello respiraba. Tomó una foto con tres amigos; quedó borrosa y, sin embargo, hermosa. No la subió. La guardó en el bolsillo interior de la chaqueta, donde van las cosas que no necesitan aplauso.

En el patio, un grupo propuso grabar un video de “glow up” del antes y después. Todos se acercaron a la cámara de alguien que ya tenía plantillas preparadas. “Solo un segundo.” La pantalla pidió una versión de cada quien; la versión que encaja en el sonido de moda. Elisa sintió el tirón conocido: si no apareces, desapareces.

Lara se adelantó: “Podemos hacer dos. Uno de broma y uno real”. Nadie entendió. “El de broma es el de siempre. El real es sin filtro. Podemos mostrar… no sé, lo que no mostramos”. Hubo risas, hubo caras. Alguien dijo que eso no se comparte. Lara encogió los hombros. “Entonces queda para nosotras.”

Elisa miró de reojo su reflejo en la puerta de vidrio. No era la sonrisa tres ni la coleta alta. Era una cara cansada y contenta a la vez. Se preguntó si la autenticidad era un filtro raro que no se podía elegir con el pulgar. Se acercó al grupo y dijo: “Paso de este video. Pero si quieren el real, yo lo grabo, sin publicar”.

Grabaron a oscuras, con la lámpara de sal del cuarto prendida y la cámara mirando al techo. Hablaron de miedos y de chistes internos. No hubo transiciones, ni trending, ni explosiones de color. Hubo voces que se pisaban, silencios cómodos, risas feas. Después, guardaron el archivo sin título y sin compartir.

De regreso a casa, Elisa abrió la galería. Borró tres borradores. Subió la foto borrosa de la mesa (solo el mantel y las manos de sus amigas, sin caras). Escribió: “álbum de lo que sí pasó”. No tuvo tantos corazones. Tuvo dos mensajes largos.

Esa noche, antes de dormir, dejó la chaqueta sobre la silla. En el bolsillo interior, la foto impresa hacía un sonido mínimo, como papel que respira. Elisa se presentó en voz baja, sin cámara: “Hola. Soy esta”.

Para conversar (2 min):

  • ¿En qué momentos sientes que “posas”? ¿Qué ganás y qué perdés cuando lo hacés?
  • Si “álbum de lo que sí pasó” fuera un hábito, ¿cómo se vería en tu semana?

Actividad exprés: Escribe en un post-it una regla de autenticidad para la próxima salida (ej.: “una foto sin filtro, una sin subir, una que solo guardo yo”).

Amistad, empatía y límites

Contrato de confianza — 5–7 min

Edad sugerida: 12–16
Por qué leerlo: Poner límites sanos entre amigos y reparar cuando algo se rompe.

Lectura
Val y Nico estudiaban juntos desde primaria. Compartían el mismo banco, los mismos chicles, y casi las mismas contraseñas (cosa que la orientadora del cole había dicho mil veces que no hicieran). En segundo año, con tareas, grupos y chats nuevos, su amistad cambió de forma: más mensajes, menos recreos; más stickers, menos miradas.

Una tarde, Val le contó a Nico algo que no quería contarle a nadie más: que a veces le costaba dormir y que, cuando se quedaba sola, la cabeza se le llenaba de “ruidos” (pensamientos que no se apagaban). “No lo publiques, porfa”, dijo con un audio corto. Nico respondió con un corazón y un “obvio”.

Esa noche, en el chat del equipo de educación física, alguien se burló de las “caras de lunes” de sus compañeros. Sin pensar demasiado, Nico envió un sticker con la foto de Val en clase cabeceando, sonrisa torcida, ojos a medio cerrar. No era una gran cosa, pensó; estaban todos de buen humor. Dos segundos después, el sticker tenía tres reacciones de risa. Cinco segundos después, Val dejó el chat.

Nico entendió lo que había hecho como si una pantalla se le partiera en dos. Escribió: “Era broma”. Borró. “Perdón, posta”. Borró. “¿Hablamos?”. Borró. Al final solo puso: “¿Estás?”. Apagó el teléfono y lo volvió a prender, como si eso arreglara el mundo.

Al día siguiente, la profe de ciudadanía propuso una dinámica: “Contrato de confianza”. Cada equipo debía definir qué cosas se cuentan, qué cosas se guardan, y cómo se repara si alguien cruza la línea. Val y Nico quedaron en el mismo grupo. Se miraron apenas. El papel en blanco parecía una pared.

—Pongo una —dijo Val—. “Si alguien dice ‘no lo publiques’, no se publica.”
—Pongo otra —dijo Nico, tragando saliva—. “Si alguien se equivoca, habla directo con la persona, no con el chat.”

Escribieron más: “Pedir permiso antes de compartir”, “No reenviar audios privados”, “Si duele, se frena”. Cuando la profe pasó, les preguntó si ese contrato era para el equipo o para algo más. Val dijo: “Para el equipo”. Nico dijo: “Para mí”.

Al terminar la clase, Nico pidió cinco minutos. No usó chistes. Dijo que había mandado un sticker con su foto, que había traicionado una confianza, y que quería reparar. No sabía cómo, pero estaba dispuesto a hacer lo que Val propusiera. Val respiró. Pidió tres cosas: que Nico escribiera en el chat asumiendo lo que hizo (sin “era broma”), que borrara lo que pudiera y pidiera borrar reenvíos, y que en adelante no compartiera nada de ella sin permiso, ni siquiera “cosas lindas”.

Lo hicieron juntos en el pasillo. El mensaje de Nico decía: “Publiqué sin permiso una foto de Val. No estuvo bien. Les pido que la borren si la tienen. Yo ya la borré. No reenvío nada que no me autoricen. Perdón.” Hubo dos reacciones de pulgar y un “ok”.

No volvió todo a ser como antes. Fue distinto y más claro. En el cuaderno de ciudadanía, debajo del contrato, Val pegó una tarjeta con una regla nueva: “Si te lo cuento con la voz baja, también se guarda en voz baja”. Nico pegó otra: “Lo que nos hace reír a nosotros no tiene por qué hacer reír a todos”.

Esa tarde estudiaron en casa de Val. Tenían un parcial y un papel pegado en la pared que decía Confianza = permiso + cuidado + reparación. No era ciencia, pero ayudaba.

Para conversar (2 min):

  • ¿Qué regla pondrías en tu “contrato de confianza” con amigos?
  • ¿Cómo se repara mejor: con un mensaje en privado, en el chat, o en persona? ¿Por qué?

Actividad exprés: arma un semáforo de límites:

  • Verde: lo que sí puedes compartir.
  • Amarillo: pide permiso.
  • Rojo: nunca se comparte.

Decisiones y ética (presión de grupo)

El reto de los viernes — 5–7 min

Edad sugerida: 12–16
Por qué leerlo: Decir no a tiempo, cuidar a otros y reparar cuando algo ya pasó.

Lectura
En 2ºB había un chat paralelo: “Viernes de Reto”. Al principio era inofensivo: ir todos con medias distintas, hablar en rimas una hora, cambiarse de lugar sin avisar. Después subió la apuesta: grabar a un profe diciendo una frase rara, colarse en la foto del curso de 3ºC, subir un “antes y después” editado con filtros ridículos.

Camila no era fan, pero participaba de vez en cuando. Le gustaba pertenecer sin quedar pegada. Esa semana, el reto decía: “Subir una foto desafavorable (palabra elegante para ‘vergonzosa’) de alguien del curso y aguantar 24 horas sin borrarla”. El énfasis estaba en el aguantar. Si te arrepentías, perdías puntos. Si resistías, ganabas un emoji-copa al lado del nombre.

El chat estalló con planes. “Yo tengo una de Tomás bostezando.” “Yo, una de Lu con máscara de barro.” Camila pensó en una imagen de su amiga Nara, capturada sin querer en medio de un estornudo. Estaba en su carrete. Podía ganar fácil. Le ardieron las manos.

—No me cierra —le escribió a Bruno, que era su amigo y uno de los admins—.
—Tranqui, es humor —respondió—. Se borra después. Todos entienden.

Camila no estaba tan segura. Lo “desafavorable” no siempre hace gracia. Recordó cuando un video suyo, mal recortado, circuló por otro curso con un título tonto. Se rió en público. No durmió en privado.

A las 19:00 arrancaba el reto. A las 18:58, Bruno envió un “listos”. A las 19:01 ya había dos fotos publicadas. A las 19:05, Nara le mandó a Camila una captura: era su estornudo, subido por otro compañero. “¿Lo bajo?”, escribió el compañero en el chat, dudando, mientras llegaban reacciones de risa.

Camila abrió el perfil del compañero, respiró y escribió en el reto: “No. No subamos caras ajenas sin permiso. Si el juego necesita que alguien pase vergüenza, no es juego.” Hubo silencio de burbujas. Bruno le mandó privado: “Bajón. Aflojá. Es por puntos.” Camila respondió: “Entonces prefiero perder.”

Fue a la casa de Nara con medialunas. Revisaron juntas cómo reportar y pedir quitar la foto. Le escribieron al compañero, que al final la borró, más por susto que por convicción. Camila dejó el chat de “Viernes de Reto”. Esa noche, su nombre perdió la copa-emoji. Ganó un mensaje de Nara: “Gracias por elegir algo que no te da puntos”.

El lunes, ciudadanía otra vez. La profe propuso listar retos con sentido para mantener lo divertido sin lastimar. El curso sugirió: “hacer un piropo amable a un desconocido (sin invadir)”, “escribir nota de agradecimiento al personal de limpieza”, “organizar un intercambio de libros”, “grabar un tutorial de algo útil”. Bruno levantó la mano. “Podemos renombrar el chat. ‘Viernes con causa’.” Alguien preguntó si entonces ya no sería “cool”. Bruno se rió. “Capaz otro tipo de cool.”

El viernes siguiente, el reto fue llevar un libro que te haya hecho bien y dejarlo en la biblioteca de aula con una nota anónima. Camila dejó el suyo con un mensaje simple: “Te presta un rato de silencio”. No ganó emojis, pero al volver a casa encontró un papel doblado en su mochila: “Yo agarré tu libro. Gracias. —T.”

Para conversar (2 min):

  • ¿Qué señales te avisan que un “juego” ya no es juego?
  • ¿Qué prefieres perder para poder dormir tranquila/o?

Actividad exprés: diseña un “Viernes con causa” para tu grupo: 1 acción breve, 1 persona beneficiada, 1 foto con permiso o sin caras, 1 frase de cierre.

Tecnología y redes

Pantalla negra — 5 minutos

Edad sugerida: 13–16
Por qué leerlo: Privacidad, rumores y pausa digital con criterio.

Lectura
A Maia le llegó un pantallazo sin saludo: una captura de chat donde, supuestamente, ella decía algo feo de Isa. La captura estaba recortada, el nombre de quien hablaba no se veía completo y el mensaje terminaba en “…” como si le hubieran amputado la mitad. El remitente añadió: “¿Sos vos? Reenviá”.

Maia sintió la picazón en el estómago. Respondió con un audio cortísimo: “No reenvíes. Dame 10”. Después tocó la pantalla negra: bloqueó el teléfono por un rato y salió al patio de la escuela. El rumor vivía en las notificaciones; afuera respiraba distinto.

En el banco encontró a Isa, que la miró con cejas en pregunta.
—¿Viste lo que circula? —dijo Maia.
—Sí. No sé si me enoja o me cansa.
—A mí me dio miedo —dijo Maia—. Podemos ver el chat real.

Abrieron el historial en el celular de Maia. Buscaron palabras. Apareció la conversación completa: una charla vieja sobre un trabajo en grupo, un “no me cierra tal cosa” y un “mejor lo hablamos con Isa”. No había insultos. El recorte del pantallazo sacaba de contexto.

—¿Lo mostramos? —preguntó Isa.
—Sí, pero sin entrar al juego —dijo Maia—. Pantalla negra y explicación breve.

Fueron con Bruno, delegado del curso. Le pidieron que publicara en el grupo general un mensaje sin captura: “Hay una imagen recortada que atribuyen a Maia. Chequeamos el chat completo; no es lo que parece. Antes de reenviar, pidan contexto. Fin del tema.” Bruno preguntó si no convenía adjuntar pruebas. Isa dijo que a veces probar alimenta el morbo; que prefería un límite claro y puertas abiertas para quien quisiera hablar cara a cara.

Esa tarde, varias personas adoptaron la consigna informal de pantalla negra: cada quien eligió un horario de 60 minutos sin reenvíos ni reacciones. El curso siguió su día. Algunos preguntaron en privado. Maia mostró el hilo entero a quien lo pidió con respeto. A los que solo querían “ver el bardo”, les dijo que estaba disponible cuando tuvieran tiempo para ver completo.

Al día siguiente, ciudadanía trabajó verificación y contexto. La profe propuso dos reglas: 1) “Pausa de verificación”: 5 minutos antes de reenviar; 2) “Regla de la fuente”: si no conoces el origen, no sigas la cadena. Maia sugirió una tercera: 3) “Derecho a cortar”: si el tema te involucra, puedes terminar la conversación en chats y proponer hablar en persona con mediación.

El rumor se desinfló sin espectáculo, como un globo con un pinchazo mínimo. No hubo disculpas públicas ni cadenas épicas. Hubo, eso sí, un cartelito nuevo en el aula de informática: “Pausa, contexto, permiso.” Maia lo vio antes de irse, sonrió y desbloqueó el teléfono para escribir un mensaje a Isa: “Gracias por elegir hablar conmigo, no de mí”.

Para conversar (2 min):

  • ¿Cuándo te sirve una “pantalla negra” (pausa) y cuánto tiempo sería razonable?
  • ¿Qué criterios usarías para decidir si un pantallazo merece ser reenviado?

Actividad exprés: Anota tu protocolo de verificación en tres pasos (ej.: “pausa 5’, buscar fuente, pedir permiso”). Pégalo en la carpeta o fólder del curso.


Escuela y familia

Plan B del viernes — 3–5 minutos

Edad sugerida: 12–16
Por qué leerlo: Gestionar frustración y reorganizarse sin perder el ánimo del grupo.

Lectura
El viernes tenían feria de talentos. Sofi iba a tocar con su ukelele una canción simple; Tomás, un juego de magia; Nara, un poema que solo rima cuando está nerviosa. Lo habían practicado en los recreos, con vasos de plástico como micrófonos. A las dos de la tarde empezó a llover como si alguien hubiera volcado una pileta sobre el patio. A las dos y diez llegó el mensaje: “Se suspende. Reprogramamos.”

Sofi apretó el ukelele contra el pecho. Nara guardó su hoja con tanto cuidado que la arrugó. Tomás dijo que los trucos nunca salen igual en otro día porque el asombro se enfría. Alguien propuso irse cada uno a su casa. Bruno dijo: “Podemos quedarnos a estar tristes juntos”. Sonó razonable y terrible a la vez.

La profe sugirió una mesa rápida de Plan B. En la biblioteca, sobre una cartulina, escribieron columnas: lo que sí podemos hoy, lo que requería escenario, lo que se puede adaptar. Sofi probó tocar en acústico, sin micrófono. El sonido no llegaría a todo el curso, pero sí a una mesa. Nara ensayó leer el poema con golpes suaves en la mesa, como metrónomo. Tomás inventó una versión de sus trucos con cartas grandes hechas de cartulina.

—No es “la feria” —dijo Nara—.
—No —respondió Sofi—, es esta versión de la feria.

Invitaron a quien quisiera pasar de a grupos. Hicieron tres funciones chiquitas, con aplausos que no rebotaban en el techo, pero que pegaban directo en la panza. Al final, la bibliotecaria les prestó un sello de estrella y marcaron las manos de la “audiencia”. Sofi guardó el ukelele sin el nudo en la garganta. Tomás anotó en su cuaderno: “Hay trucos que salen por proximidad”. Nara escribió en su poema una línea nueva: “Plan B es el nombre que le damos a seguir.”

El lunes, llegó la fecha reprogramada. Algunos no pudieron estar. Otros cambiaron números. El grupo no buscó que fuera igual al viernes que se había perdido. Buscó que fuera presente. Después de la feria, la profe preguntó por el aprendizaje. Sofi levantó la mano: “Que Plan B no es lo que queda… es otra forma de lo mismo.”

Para conversar (2 min):

  • ¿Qué ejemplos de Plan B reales conoces que terminaron siendo buenos de otro modo?
  • ¿Qué ayuda más cuando algo se suspende: reemplazarlo ya, o darle tiempo y volver con otra idea?

Actividad exprés: Haz una matriz de adaptación para un proyecto del curso (A: igual / B: versión reducida / C: versión íntima / D: se transforma en otra cosa). Define 1 acción por casilla.


Nota editorial

Yo reviso tono, complejidad y sensibilidad por edad. Indico tiempo real y evito moralina: propongo decisiones y preguntas, no respuestas únicas. Si veo que un tema puede tocar fibras (rumores, exposición pública), sugiero encuadre y opción de pausa.

Escuela y familia

Carta al profe — 4–5 minutos

Edad sugerida: 12–16
Por qué leerlo: Normaliza pedir ayuda a tiempo, define límites y pasos concretos (sin moralina).

Lectura
El lunes, Mateo abrió el correo tres veces sin escribir. Asunto: “Necesito ayuda con Lengua”. Borró. “Consulta”. Borró. “Sobre el trabajo final”. Borró de nuevo. Tenía miedo de parecer vago, de que sonara a excusa. La verdad era otra: leía los textos y no lograba encontrar “la idea central” si había ironía. Las palabras se le desarmaban.

Al final, tecleó: “Profe, soy Mateo. No llego a entender el cuento que tocó para el trabajo. Puedo resumir, pero no sé qué quiere decir de verdad. ¿Podemos hablar cinco minutos? No busco nota, busco entender.” Dudó con el “no busco nota”. Lo dejó. Enviar.

La profe respondió en diez minutos: “Mañana, antes de clase. Trae lo que ya marcaste. Hacemos Plan 10–10: 10’ para ver dónde estás, 10’ para acordar pasos. Si hace falta, pedimos refuerzo al gabinete. Gracias por escribir.”

Mateo imprimió el cuento y lo subrayó sin orden: frases que sonaban bien, otras que no entendía, un símbolo de risa al margen (“¿humor o burla?”). Durmió poco, pero dormir con un plan pesa menos.

A la mañana, la profe lo recibió en la puerta. En la mesa, dos marcadores de colores y un reloj pequeño.

—Contame dónde te perdiste —dijo.
—Creo que confundo “contar” con “decir” —respondió Mateo—. Puedo decir qué pasa. No sé “qué dice”.

La profe dibujó dos columnas: PASA / DICE. Mateo contó: “Un personaje que se ríe de todos en una fiesta, que parece simpático, pero…”. La profe levantó la ceja: “Ese ‘pero’ ya es dice”. Juntos fueron pasando frases de una columna a otra. PASA: el personaje cuenta chistes. DICE: usa la risa para no hacerse cargo. PASA: todos celebran. DICE: el grupo prefiere la complicidad a la honestidad.

—Si te ayuda —propuso la profe—, probá una regla: por cada hecho que pasa, escribe una hipótesis de lo que dice. Luego elegí una hipótesis y argumentá con tres pruebas del texto. Nada de fuerzas de voluntad mágicas. Método.

Acordaron un Plan 10–10 para las próximas dos semanas: los primeros 10 minutos de cada miércoles, un mini chequeo; los últimos 10 de cada viernes, un cierre con una línea de avance (“esta semana aprendí a distinguir X de Y”). Si el tema volvía a trabarse, derivarían a la orientadora para estrategias de lectura más amplias. Límites claros: la profe no haría tareas por él, Mateo no mandaría audios a la medianoche; todo pasaría por el cuaderno compartido que crearon en clase.

—Gracias por no hacerme sentir tonto —dijo Mateo al salir.
—No lo sos —respondió la profe—. Estabas sin mapa. Hoy dibujaste el primero.

Cuando entregó el trabajo, la nota no era perfecta, pero el comentario decía: “Tu hipótesis está viva y la defendiste con tres pruebas del texto. Más importante: ahora sabés cómo mirar.” Mateo pegó esa frase en la tapa del cuaderno. No para mostrarla; para acordarse.

Para conversar (2 min):

  • ¿Qué diferencia hay entre lo que pasa y lo que dice un texto?
  • ¿Cómo sería tu propio Plan 10–10 para una materia que te cuesta?

Actividad exprés: Diseña tu plantilla PASA/DICE y úsala con un párrafo corto esta semana. Marca en otro color tus tres “pruebas” del texto.


Bienestar emocional

Mapa del descanso — 3–5 minutos

Edad sugerida: 12–16
Por qué leerlo: Hábitos de sueño sin sermonear; pequeñas decisiones que hacen diferencia.

Lectura
Delfi decía que “no podía dormir”, pero en realidad lo intentaba con el teléfono iluminándole la cara. Scrolleaba hasta que el cansancio la vencía y, aun así, la cabeza seguía repitiendo escenas del día como si fueran trailers de una película que no terminaba de empezar.

En ciudadanía, la profe propuso un desafío: “Mapa de la noche”. No era un cuadro de horarios, sino un dibujo personal con puentes (acciones que te llevan al descanso) y baches (cosas que te frenan). “No lo piensen para siempre —dijo—. Piensen en los próximos siete días.”

Delfi dibujó su cuarto como un mapa de tesoro. En la puerta, un cartel: 7 minutos de transición. En la mesa, un cuaderno con dos columnas: cosas que puedo soltar / cosas que necesito mañana. Al costado, un enchufe con un ícono de avión: modo avión a las 22:30. No prohibido para siempre; prueba de una semana.

La primera noche fue rara. A las 22:32, el dedo quiso volver al chat. En lugar de eso, Delfi escribió en el cuaderno dos renglones: “Hoy me molestó X. Mañana hago Y.” Cerró con una lista chiquita de tres cosas buenas que pasaron. Después, respiró 4–6–8 (entra 4, sostiene 6, suelta 8). No fue magia. Tardó en dormirse. Pero cuando cayó, el sueño no parecía pelea.

La segunda noche, sumó un puente: dejar el vaso de agua lleno y el pijama listo antes de entrar al cuarto. La tercera, eligió un audiocuento de 5 minutos que cerraba suave (sin cliffhanger). El día cuatro se cruzó un bache: un rumor en el grupo le activó la cabeza. Usó el cuaderno para encerrar ese tema entre corchetes y escribir “mañana con luz”. El dedo quiso contestar. No lo hizo.

Al terminar la semana, llevó su mapa a clase. El de un compañero tenía otros puentes: ducha tibia, estiramiento, dejar el celular fuera del cuarto. El de otra amiga incluía poner el despertador en la mesa del otro lado para pararse a apagarlo. Ninguno era perfecto, todos eran de prueba.

—¿Y si una noche no cumplo? —preguntó alguien.
—Tu mapa no te reta —dijo la profe—. Te guía. Si caés en un bache, buscá el puente más corto para volver.

Esa noche, Delfi no durmió “como los anuncios”. Durmió mejor que la semana pasada. A veces eso es suficiente.

Para conversar (2 min):

  • ¿Qué puentes pondrías en tu mapa de la noche? ¿Qué baches reconocerías sin culpa?
  • ¿Qué regla de prueba harías por 7 días (no “para siempre”)?

Actividad exprés: Dibuja tu mapa del descanso con 2 puentes y 1 bache. Pegalo cerca de la cama. Anota con un ✔️ las noches que te funcionó algo.


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Cuentos cortos para imprimir (PDF descargable) — fichas limpias con tiempo real y preguntas.

Cuentos cortos para copiar (texto y PDF) — para adaptar consignas o pegar fragmentos:

Para cierres en 2–3 minutos, apóyate en: Lecturas cortas con preguntas de comprensión (50 ideas)

Rúbrica exprés (idea–decisión–consecuencia):

  • Idea: ¿qué sostiene el cuento?
  • Decisión: ¿qué elige el personaje?
  • Consecuencia: ¿qué cambia en él/ella/el grupo?

Yo marco tiempos reales, edad sugerida y temas sensibles para que puedas elegir con confianza. Si actualizo un relato o agrego actividades, dejo la fecha visible en el artículo. ¿Quieres que ahora arme el bloque de PDF en texto de este artículo (listo para copiar y montar), igual que hicimos con el de “dormir”?

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